Cuando se cae en conciencia de la unicidad de nuestra existencia, todo cambia. Irrepetibles, inimitables. No hay una huella igual, no hay una persona igual. Suena poéticamente posible, pero no razonablemente entendible; quizá por la monotonía de ver pasar personas cada día. Cuando se cae en conciencia de lo increíble de la unicidad, da igual ser el mejor o el peor.
“Cada vez que te encuentres del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.”
-Marc Twain
Ser único, ¡vaya milagro groseramente ignorado! y cómo sobra ser el mejor. No hay algo más banal que querer ser el mejor porque la única forma sabia de competir por ser el mejor es si se mide con iguales. Y si somos únicos, es imposible. Ser el mejor, energía que desgasta y esclaviza. Competencia absurda. Ser único es todo lo que importa y de alguna manera, es lo que menos atañe socialmente.
Vivimos en la sociedad de la inconsciencia.
“Ser uno mismo en un mundo que está constantemente tratando de hacerte alguien diferente es el mayor logro.”
-Ralph Waldo Emerson
Ser el peor, traición al ser, a la existencia, falta de respeto para con Dios. La deshonra de pensarse el peor es escupir el cielo, una falta de respecto moral. Inconsciencia se podría llamar. La frivolidad de sentirse el peor, es una mofa a la creación. Porque nunca ha caminado nadie con la misma historia que uno, ni los mismos caminos recorridos, mucho menos las desdichas compartidas.
Nadie puede juzgar, porque no todos venimos del mismo lugar. Juzgar es una responsabilidad divina.
El verdadero camino ilógico es degustar y disfrutar el ser único; uno en miles de millones de personas elevados al infinito. Y esa unicidad es la que nos hace especiales. Cuando se cae en esa conciencia, todo suma y nada resta. La velocidad de la vida no da para disfrutar cada milisegundo de nuestra existencia, pero espero que si lo sea para entender una obviedad ignorada. Ser único es todo lo que importa.